El era uno de esos amantes inolvidables; esos hombres que conocen hasta el más mínimo detalle del placer femenino y tienen la capacidad de explotarlo llevándolo al límite de la pasión. Hacía tiempo que lo nuestro había terminado y ambos teníamos vidas separadas, incluso no nos volvimos a ver; yo estaba casada y él por motivos de trabajo pasaba más tiempo en el exterior que en su hogar.
Pero a pesar de la distancia y los años no conseguía olvidarlo; su recuerdo permanecía dormido en mi memoria presto a despertar ante cualquier razón que lo motivase. Un aroma, un lugar, un perfume…. Hasta el más mínimo detalle lograba remontarme hacia sus brazos, a su sexo y a su piel.
Cada vez que él regresaba a mi mente me encendía de inmediato y el fuego era tan intenso que apaciguarlo se convertía en una necesidad imperiosa. Me encerraba en el baño para conseguir un poco de intimidad entre esos recuerdos eróticos y mis manos que presurosas se encargaban de darme el placer que anhelaba.
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Pero las fantasías que me mantenían presa de su ser cesaron el día en que lo tuve nuevamente frente a mí.
Por un capricho del destino nuestros caminos se cruzaron otra vez y las cenizas se convirtieron nuevamente en una indómita hoguera. Esa noche descubrí que él tampoco me había olvidado y ciertamente que me lo hizo notar…
Lo que fue una inocente reunión de amigos se convirtió en la excusa perfecta para pecar. Sigilosamente nos separamos del grupo para escurrirnos hacia una habitación donde dimos rienda suelta a los deseos contenidos por tantos años. El sentir su olor, su perfume… ese aroma que me hacía volar…. me descolocó por completo.
Como dos animales en celo nos quitamos la ropa sin despegar nuestras bocas por un segundo, y presionándome contra una pared sus manos hurgaban cada rincón de mi anatomía para luego mezclarse entre los vellos de mi sexo húmedo, que los recibía con el mayor de los placeres.
Temblorosa y conteniendo los gemidos que hacían fuerza por huir de mis fauces, tomaba bocanadas de aire que quedaban prisioneras en mi pecho con cada espasmo. Abrazando su cuerpo con las piernas colapsé en un orgasmo increíble. El sabía dónde y cómo tocarme para enloquecerme de deseo y hacerme venir miles de veces si así lo quería.
Arrebaté su verga entre mis manos y la conduje al sitio exacto para que llenase el vacío que ningún otro había podido colmar. Mi piel se erizaba y con las uñas clavadas en sus nalgas acompañaba el bamboleo de su pelvis restregándose contra la mía una y otra vez. Las gotas de sudor corrían por su frente y caían entre mis pechos que cobijaban su lengua ágil e impetuosa; él tomaba las tetas y las recorría de palmo a palmo, succionando los pezones haciéndome estremecer.
El tiempo parecía haberse detenido en ese cuarto y el afuera no existía para mí. Solo él era real, tangible, deseable…
Me di la vuelta entregándome a su sexo y dejándole entrar al húmedo nido de placer entre mis piernas abiertas. Apoyada sobre el escritorio de la habitación podía apreciar nuestra cópula reflejada en un viejo espejo de pared y eso me encendía todavía más; con sus fuertes brazos lo veía sostener una de mis piernas para dar paso a sus dedos que no dejaban de estimular mi clítoris sediento de placer.
No pude resistir el impulso y los gemidos brotaron uno tras otro desde mi garganta hacia el infinito empujados por los vaivenes de su miembro en mi interior. Poco me importaba que los demás escuchasen lo que allí dentro sucedía, disfrutaba con la idea de pensar que morían de envidia por nosotros, dos seres que se acoplaban a la perfección como si fueran partes de un todo.
Abrazándome y descargando su cuerpo sobre el mio lo sentía tensarse como roca y latir hasta explotar en mi vientre, llenándome de su esencia y remontándome hacia el placer extremo casi insoportable.
Poco a poco la lujuria fue cediendo y nos quedamos en silencio… quietos y abrazados disfrutando del calor de nuestros cuerpos, como si el tiempo nunca hubiese pasado para nosotros….