Con María estábamos siempre juntas, en el colegio y fuera de él, a todos lados íbamos las dos… Lo compartíamos todo, también a los hombres…
Esa noche yo me sentía particularmente excitada y enloquecía por sobremanera mirarlos follar como animales. Disfrutaba viendo a María succionar ese sexo duro mientras me tocaba el clítoris hasta conseguir los mejores orgasmos; casi siempre dejaba que ella comience la acción para deleitarme observando por largo rato, pero aquélla vez no pude contenerme mucho tiempo y enseguida formé parte de la fiesta.
Ambas estábamos bastante ebrias, por lo que nos soltamos como nunca antes haciendo transpirar a José, el hombre de turno, del que se notaba que no podía creer el que semejantes hembras en celo pudiesen existir.
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María se encontraba ubicada de rodillas sobre la cama succionando ese pene grueso, con tanta habilidad que me daba envidia; nunca había podido superar su garganta profunda… Miré a José y de un salto me acerqué hasta su cuerpo colocándome a horcajadas sobre sus fauces para que se fundieran con mis labios.
El me lamía y lamía, logrando sonsacar de mi garganta los más profundos y desgarradores gemidos que se colaban por entre las endebles paredes del motel.
Sabía que el verme gozar encendía a María, quien no tardó en dejar de mamar la verga para incorporarse y sentarse sobre ella para cabalgarla de tal modo de quedar frente a mí y con la facilidad de tocarme a gusto y placer. Ambas abrazadas, hurgándonos y besándonos follábamos con el mismo hombre –porque los compartíamos todo-, ese era nuestro código inquebrantable.
El macho no pudo aguantar más y llenó a María con su semen, quien dejó de besarme para limpiar el pene que yacía semi erecto bajo su sexo…. pero no le íbamos a dar respiro, sin demorarme me acomodé tras ella y comencé a besar su vagina aún húmeda y jugosa; con las piernas flexionadas y el torso inclinado hacia adelante mi amiga me daba su mejor panorama. La hice gozar como nunca.
José no pudo resistirse y con el mástil nuevamente en alza me embistió con tanta fuerza que corrió la cama de un solo empujón. María ahora estaba recostada de espaldas con las piernas sobre mis hombros dejando que mi lengua girase con gusto sobre su sexo y acompasada por el vaivén de la penetración que me propiciaban por detrás. Cada tanto la observaba, tan bella, radiante y hermosa… se tocaba los pechos y mordía sus labios como una diosa erótica y sensual.
Agotado el hombre sucumbió llenado mi vientre con sus jugos y se dejó caer rendido sobre el lecho dispuesto a vernos gozar. María y yo teníamos cuerda para rato, así que nos enroscamos como serpientes oprimiendo y friccionándonos, tocando y manoseándonos los senos, cediendo a la pasión de nuestros sexos…
Los besos de mi amiga eran insuperables, su lengua ágil se movía como un relámpago entre mi vulva que latía y se abría caliente ofreciéndose a sus dedos los que sabían dar con el punto justo del placer. En unos segundos orgasmos intensos me arrebataron el juicio, me retorcía entre las sábanas descargando la furia sobre el cuerpo de José que se prestaba gustoso a mi boca y sus mordiscos.
Nuevamente en marcha el comenzó a manosearnos, nos deseaba juntas, inseparablemente calientes y voraces. Ambas nos arrodillamos frente a él y juntando nuestras bocas lujuriosas se la mamamos como nunca antes. Las lenguas se entrelazaban y recorrían toda la extensión de su falo erecto que vibraba y se amorataba de tanta excitación. Lo tomábamos de las nalgas y nuestras uñas se clavaban en su carne. Exprimimos hasta la última gota de pasión de su cuerpo, extinguimos todo el fuego y como un volcán en erupción José explotó de pasión salpicando nuestros pechos turgentes.
Ahora sí completamente extenuado se limitó a observarnos , a cumplir el rol del mejor voyeur viéndonos gozar, sucumbir y revivir envueltas en una horda de orgasmos cíclicos que electrizaban cada fibra de nuestra piel.