Desde siempre viví en una casa por lo que el mudarme a un departamento me supuso un cambio bastante drástico al que me costó habituarme, sobre todo en cuanto al hecho de cuidar mi intimidad de las miradas ajenas.
Confieso que mucho no me importaba, con las ventanas abiertas y las luces prendidas solía pasearme desnuda por mi piso sin percatarme ni pensar que alguien podría estar espiándome y regodeándose con mis curvas. Fue hasta pasado un tiempo que lo descubrí.
Casi de casualidad y sin quererlo pillé una sonrisa que brillaba oculta en un pseudo anonimato y un par de ojos que me escudriñaban agazapados tras una cortina. Sabía muy bien quién era el mirón, porque en varias ocasiones me había llamado la atención cuando salía a fumar al balcón de su piso, que quedaba exactamente frente al mío. Era en verdad un chico atractivo, joven y con aspecto de universitario.
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En lugar de sentirme invadida, me gustó el saberme observada y claramente deseada por un desconocido que estaba al tanto de mi rutina y se tomaba el tiempo para masturbarse fantaseando con mi cuerpo.
La situación cada día me excitaba más, de pasearme desnuda con las cortinas cerradas, pasé a hacerlo sin ellas y a quedarme quieta frente a la ventana acariciándome para que pudiese verme en detalle. Tocaba mis pechos y jugaba con los pezones erectos mientras imaginaba sus manos haciendo lo propio con su sexo. Cerraba los ojos y creía escuchar su respiración acelerada, su aliento caliente en mi nuca y la punta de su falo entre mis piernas.
A medida que la excitación aumentaba me animaba a más; había perdido hasta el más mínimo atisbo de cordura, de vergüenza y pudor. Mis manos poseídas por las ganas y el deseo bajaban por mi vientre dirigiéndose a mi sexo. Descansando el peso de una pierna sobre el sofá hurgaba entre los labios y presionaba el clítoris entre los dedos saboreando las cosquillas de mi vientre.
Los gemidos comenzaron a brotar de mi garganta y con cada bocanada de aire abría los ojos para observarle. El estaba parado allí, inmóvil con la mirada fija puesta en mi persona y ambas manos aferradas a su entrepierna. A pesar de la distancia era capaz de distinguir su placer, sabía que lo estaba disfrutando tanto como yo y eso me liberaba aún más. Ya no le quitaba los ojos de encima, enfrentaba su mirada a la vez que me masturbaba como nunca en mi vida.
Había perdido la cordura, estaba poseída por el deseo y mi sexo ardía pidiendo más placer. Levantaba mis pechos para acercar los pezones hacia mi boca y lamerlos con la punta de la lengua. A la distancia su figura se agitaba, temblaba y balanceaba mientras yo imaginaba que lo tenía encima, presionando su sexo contra el mío, penetrándome, poseyéndome…
Mi mano acompañaba el ritmo de la suya; juntos y a la vez tan separados gozábamos el uno con el otro, viéndonos, disfrutándonos, colmando nuestros ojos de la exhibición del placer prohibido. Las contracciones se hacían incontrolables, sabía que mi orgasmo estaba próximo y saboreaba al máximo cada segundo, mi espalda se arqueaba y las manos frenéticas se aferraban a mi vulva húmeda reaccionaba ante mis caricias.
Lo vi correrse, su pelvis palpitaba hacia adelante y hacia atrás con rítmicos golpeteos mientras de su verga hinchada brotaba el semen a borbotones. Una oleada de calor inundó mi vientre, me encendió de placer y comenzó a quemarme hasta que las contracciones del sexo se hicieron presentes y tomaron posesión de mi cuerpo junto con mi conciencia.
Extasiada y agitada, tratando de recuperar el aliento me quedé observándolo mientras lentamente cerraba las cortinas y con la tenue luz de luna que se colaba por su balcón pude divisar el brillo de su cómplice sonrisa….